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No puedo decir que Joker sea una película para disfrutar. Es más, la mayoría de las personas sale de la sala fuertemente impresionada tras dos horas de inmersión en los vericuetos de la psique humana, a través del mundo de un payaso con problemas mentales que se enfrenta a la crueldad y al desprecio de la sociedad.
La cinta cuenta con una impresionante interpretación de Joaquin Phoenix, así como con una también excelente fotografía y banda sonora, que añaden la frialdad y dolor adecuado a la narrativa. Con todos estos ingredientes, la película cuenta la historia de Arthur Fleck, un payaso que vive con su madre en Gotham y que lo que pretende es hacer reír a la gente, hacer un espectáculo cómico delante del público. Sus problemas mentales, la ignorancia de los que lo ven como raro, así como una serie de acontecimientos trágicos le conducirán a ir con violencia contra una sociedad que le ignora.
Seguro que se pueden hacer múltiples lecturas, nos puede interesar profundizar en el personaje, o en sus circunstancias, quizás es interesante hacer una lectura científico-técnica para entender la enfermedad de Joker. Sin embargo, me quedo con algunas reflexiones a raíz de lo que me hizo sentir la película.
Él es fruto de una sociedad que no es capaz de asistir y dar respuesta a quien lo necesita. Su vulnerabilidad explica quizás que empaticemos con él pese a sus actos violentos. La dinámica social nos conduce a pensar que todo depende de nosotros, que podemos triunfar y ser felices, cuando en realidad no es posible gozar, tener éxito o estar bien siempre; tampoco a veces acompañan las circunstancias personales (económicas, sociales, culturales…). Frente a esta tiranía social, que nos señala como responsables a nosotros, «Happycracia» -lo llama el psicólogo Edgar Cabanas-, y que genera ansiedad, cansancio, el colapso del yo -en palabras de Byung Chul Han-, es preciso despertar los sentidos.
Joker nos trae una advertencia y una invitación a reaccionar ante un sistema que tiene el mal en su interior. Tenemos que dar espacios para lo normal, el lloro, la dificultad… No todo puede estar bien, porque la vida no es así. Vivir, además, en un mundo que exige productividad, prisa, estar felices, nos invita a buscar el sosiego, a dejar tiempo para la atención y la contemplación. Detrás de la vida de las personas hay necesidades, malestar o infelicidad, a las que habrá que dar salida, poniéndoles voz y escuchándolas.
Ojalá podamos traer risas y alegrías al mundo, vivir y crecer como personas tratando de hacer este mundo mejor de lo que lo es.